Me sucedió un día cualquiera en la oficina:
Luego de calentar mi comida en el
microondas, tal como lo suele hacer cualquier autómata al llegar al comedor de
su trabajo, me senté en una mesa donde no suelo sentarme, justamente al lado de
un compañero que no suelo frecuentar. Era obvio, que ante el clima político
imperante en mi Venezuela, se tocara "el estresante tema" de la política, aún más, viviendo
en carne propia todas las impericias de un régimen que auspicia
tanto a la violencia, como todo lo que la compone. La persecución política, la
intimidación y la falta de credibilidad del poder electoral, que al final del cuento, es el combustible ideal para caldear los ánimos de un pueblo agotado de las triquiñuelas.
Ahora
bien, luego de hablar de política y almorzar (no tan en santa paz) por todo lo
que anteriormente comenté, me dispuse a caminar junto a mi compañero hasta la
salida del comedor. Conociéndolo desde hace algún tiempo, siempre percaté de que
este muchacho presentaba cierta discapacidad en su tambaleante andar (utilizaba
hasta hace algún tiempo dos muletas para asistir a cada uno de sus pasos), no
obstante, ese día en que me senté junto a él (durante apenas 30 minutos de
almuerzo), me di cuenta que solamente estaba utilizando una muleta. - Sin duda
es una mejoría - pensé para mí mismo, que, aunque no conocía la causa de su
discapacidad, estaba muy consciente de que cargar una muleta, era mejor
que cargar dos, y por ende, lo percibo como una mejoría.
Terminábamos
de almorzar, y mientras caminábamos le seguí el paso por unas estrechas y
largas escaleras camino al ascensor. Le comenté del detalle de que había dejado de usar una de
las muletas, atreviéndome desde luego, a romper la delgada línea de la
confianza para preguntarle el cómo había llegado a tener tal discapacidad
motora, ya que en mi total ignorancia del caso, pensé que podía tratarse de
alguna condición de nacimiento, o más bien, causa de la cruel
poliomielitis que afecta a tantos niños en el mundo.
Sin
impedimento alguno y de manera muy franca, este compañero me respondió que
quedó así porque cayó accidentalmente de una altura de 20 metros, explicándome
entonces, que se trató de una caída que sufrió desde una platabanda en un complejo deportivo hace algún tiempo. Por
supuesto, luego de darme tal respuesta, no me sentí con el valor de indagar más
de lo que había indagado en ese corto instante de tiempo, pero sin duda, con
ese relato me pude dar cuenta de lo afortunado que es esa persona de tener una
segunda oportunidad, de estar en buenas condiciones, y de tener tal serenidad para
consigo mismo.
Para
mi asombro, debido a la magnitud del accidente que sufrió este compañero de trabajo, seguimos
conversando del tema y me comenta que mucha gente le ha preguntado (por desconocimiento)
que si su condición era de nacimiento. De acuerdo a ello, me informó que su discapacidad era mucho peor tiempo atrás, ya que dependía de una silla de ruedas, y que poco
a poco, fue mejorando con la fisioterapia y la voluntad propia de sobrevivir,
que, aunque me cueste escribirlo, me confesó que anímicamente estuvo tan deprimido
que pensó en lo peor de lo peor (…).
Terminamos
de bajar las escaleras y tomamos el ascensor de vuelta a la oficina. Le di
ánimos, ya que uno realmente desconoce de las goteras del vecino y las
vicisitudes por las que alguien atraviesa en su vida diaria, su lucha por
sobrevivir y las situaciones que muchas veces se escapan de nuestras manos, las que ponen en riesgo nuestra integridad física, siendo los problemas políticos del país, algo tan ínfimo
y tan sublime, que en definitiva, son situaciones que todos podremos resolver
si luchamos con paciencia, perseverancia y cordura.
Se
cerró el ascensor y nos despedimos. En el camino hacia la oficina, me cuestiono
a mí mismo pensando que, por más problemas que tengamos en el país, siempre
debemos comportarnos como ese gran personaje con quien compartí apenas 30
minutos de mi almuerzo, una persona que a pesar de
los obstáculos que la vida le ha puesto, ha podido superar con vital resiliencia su impedimento para mejorar su tambaleante andar, logrando dejar atrás la silla de ruedas, para hoy solamente depender de una muleta, que de seguro, la dejará de usar solo si su
voluntad, su fe y sus ganas de vivir, son superiores a las adversidades con que se tope
en el camino.
"Hay una fuerza motriz más poderosa
que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad."
Albert Einstein.
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