Foto: Hector Rondón.
Fotografía ganadora del premio Pulitzer 1963
Esta es la historia de un premio Pulitzer en fotografía (galardón muy importante para el periodismo). No me refiero a un solo hombre como el acreedor de este galardón, sino a tres hombres, un cura, un militar y el propio fotógrafo. Este último, se lleva todos méritos al final de la película, no es parte del encuadre. El fotógrafo esperó y tomó el aire suficiente, pues con la paciencia de un francotirador esperó el momento ideal para disparar. Él sabe que la situación no se repetirá jamás, incluso, si se pudiera replicar el hecho en un estudio fotográfico, mil tomas no serían suficiente para emular la adrenalina y el miedo. Menos aún la sangre que brota, aquella que verdaderamente huele a carne fresca y que no son efectos especiales "made in" Hollywood.
El artista como me he atrevido a llamarlo, corresponde al nombre de Hector Rondón Lovera, fotógrafo - corresponsal del diario "La República", quien con su Leica en mano logró captar una imagen "lamentablemente" fabulosa que muchos han denominado "La Ayuda del Padre". El perdón de los pecados de un pobre soldado ensangrentado y agujereado por proyectiles de largo alcance. Un ser que en medio de una carnicería humana expira en los valientes brazos del padre Luis María Padilla, capellán perteneciente a la base naval de Puerto Cabello en el estado Carabobo, Venezuela.
Si de una perfecta analogía me puedo valer, esta fotografía nos enseña a un Fray Bartolomé de las Casas del siglo XX. Un hombre que en vez de auxiliar a un indígena indefenso de la Nueva Cádiz del 1500, auxilia a un soldado caído con un fusil a sus pies. Un ser que por injusticias NO de colonos, sino de sus propios hermanos, muere sin justificación alguna. Los sueños que se colaron por la alcantarilla de una carnicería humana. La sangre que se entremezcló con el agua encharcada de Puerto Cabello el día 03 de Junio 1962 por la conspiración de unidades navales sublevadas, además de la injerencia de políticos ligados a la izquierda Venezolana durante el gobierno de Rómulo Betancourt (1959 - 1964).
Si de una perfecta analogía me puedo valer, esta fotografía nos enseña a un Fray Bartolomé de las Casas del siglo XX. Un hombre que en vez de auxiliar a un indígena indefenso de la Nueva Cádiz del 1500, auxilia a un soldado caído con un fusil a sus pies. Un ser que por injusticias NO de colonos, sino de sus propios hermanos, muere sin justificación alguna. Los sueños que se colaron por la alcantarilla de una carnicería humana. La sangre que se entremezcló con el agua encharcada de Puerto Cabello el día 03 de Junio 1962 por la conspiración de unidades navales sublevadas, además de la injerencia de políticos ligados a la izquierda Venezolana durante el gobierno de Rómulo Betancourt (1959 - 1964).
Si algo no hemos aprendido de este Pulitzer de 1963, es la constante justificación de matar para imponer opiniones políticas y de inculcar tendencias ya sean de izquierda o derecha, así como el anular cualquier tipo de acción contraria al gobierno, siendo en ocasiones “irónicamente” el mismo gobierno quien en sus acciones perturban el normal desenvolvimiento democrático para valerse de turba violentas y manifestaciones. Ebulliciones sociales que terminan con las confrontaciones de un mismo pueblo, ¿para qué? para simplemente legitimar dictaduras disfrazadas de una inverosímil democracia, forma de gobierno que como bien lo definió Jorge Luis Borges: "es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística".
¿Son a veces estas imágenes tatuajes o cicatrices en nuestras psiquis? pues sí, es por ello que en el último de los casos (cuando se tratan de cicatrices que nos dejan una dolorosa marca), es preferible no valerse de ningún galardón. El pasado siglo XX se caracterizó no tanto por el testimonio escrito o hablado de la noticia, sino por el testimonio fotográfico. El hombre dejó atrás el escuchar, para observar y analizar lo que una imagen dice en una determinada situación, por lo tanto, el dolor es meramente infundado por las imágenes reales y casi en tiempo real.
Pues bien, luego de 50 años de este inútil premio Pulitzer (inútil porque nunca debió darse este insurrecto acto), quiero darle crédito a todos aquellos fotógrafos y/o corresponsales de guerra (llámese guerra así sea salir a la calle en un soleado domingo cualquiera) y también agradecer a aquellas personalidades anónimas que en su andar han dado con momentos de lujo, momentos inolvidables en la historia de nuestro pequeño y agitado mundo.
Pues bien, luego de 50 años de este inútil premio Pulitzer (inútil porque nunca debió darse este insurrecto acto), quiero darle crédito a todos aquellos fotógrafos y/o corresponsales de guerra (llámese guerra así sea salir a la calle en un soleado domingo cualquiera) y también agradecer a aquellas personalidades anónimas que en su andar han dado con momentos de lujo, momentos inolvidables en la historia de nuestro pequeño y agitado mundo.
Ahora me pregunto: ¿Merecemos los Venezolanos otro Pulitzer en fotografía?
“Los fotógrafos están para algo, para recordarnos que nuestra existencia es sublime e ínfima a la vez. Si caemos en actos errados, no tendremos excusas para legitimar nuestras acciones y salir absueltos por arte de magia”.
Nadie es patria, todos lo somos.
Jorge Luis Borges
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