18 abr 2013

Aprender de la resiliencia ajena



Me sucedió un día cualquiera en la oficina:

Luego de calentar mi comida en el microondas, tal como lo suele hacer cualquier autómata al llegar al comedor de su trabajo, me senté en una mesa donde no suelo sentarme, justamente al lado de un compañero que no suelo frecuentar. Era obvio, que ante el clima político imperante en mi Venezuela, se tocara "el estresante tema" de la política, aún más, viviendo en carne propia todas las impericias de un régimen que auspicia tanto a la violencia, como todo lo que la compone. La persecución política, la intimidación y la falta de credibilidad del poder electoral, que al final del cuento, es el combustible ideal para caldear los ánimos de un pueblo agotado de las triquiñuelas.

Ahora bien, luego de hablar de política y almorzar (no tan en santa paz) por todo lo que anteriormente comenté, me dispuse a caminar junto a mi compañero hasta la salida del comedor. Conociéndolo desde hace algún tiempo, siempre percaté de que este muchacho presentaba cierta discapacidad en su tambaleante andar (utilizaba hasta hace algún tiempo dos muletas para asistir a cada uno de sus pasos), no obstante, ese día en que me senté junto a él (durante apenas 30 minutos de almuerzo), me di cuenta que solamente estaba utilizando una muleta. - Sin duda es una mejoría - pensé para mí mismo, que, aunque no conocía la causa de su discapacidad, estaba muy consciente de que cargar una muleta, era mejor que cargar dos, y por ende, lo percibo como una mejoría.

Terminábamos de almorzar, y mientras caminábamos le seguí el paso por unas estrechas y largas escaleras camino al ascensor. Le comenté del detalle de que había dejado de usar una de las muletas, atreviéndome desde luego, a romper la delgada línea de la confianza para preguntarle el cómo había llegado a tener tal discapacidad motora, ya que en mi total ignorancia del caso, pensé que podía tratarse de alguna condición de nacimiento, o más bien, causa de la cruel poliomielitis que afecta a tantos niños en el mundo.

Sin impedimento alguno y de manera muy franca, este compañero me respondió que quedó así porque cayó accidentalmente de una altura de 20 metros, explicándome entonces, que se trató de una caída que sufrió desde una platabanda en un complejo deportivo hace algún tiempo. Por supuesto, luego de darme tal respuesta, no me sentí con el valor de indagar más de lo que había indagado en ese corto instante de tiempo, pero sin duda, con ese relato me pude dar cuenta de lo afortunado que es esa persona de tener una segunda oportunidad, de estar en buenas condiciones, y de tener tal serenidad para consigo mismo.

Para mi asombro, debido a la magnitud del accidente que sufrió este compañero de trabajo, seguimos conversando del tema y me comenta que mucha gente le ha preguntado (por desconocimiento) que si su condición era de nacimiento. De acuerdo a ello, me informó que su discapacidad era mucho peor tiempo atrás, ya que dependía de una silla de ruedas, y que poco a poco, fue mejorando con la fisioterapia y la voluntad propia de sobrevivir, que, aunque me cueste escribirlo, me confesó que anímicamente estuvo tan deprimido que pensó en lo peor de lo peor (…).

Terminamos de bajar las escaleras y tomamos el ascensor de vuelta a la oficina. Le di ánimos, ya que uno realmente desconoce de las goteras del vecino y las vicisitudes por las que alguien atraviesa en su vida diaria, su lucha por sobrevivir y las situaciones que muchas veces se escapan de nuestras manos, las que ponen en riesgo nuestra integridad física, siendo los problemas políticos del país, algo tan ínfimo y tan sublime, que en definitiva, son situaciones que todos podremos resolver si luchamos con paciencia, perseverancia y cordura.

Se cerró el ascensor y nos despedimos. En el camino hacia la oficina, me cuestiono a mí mismo pensando que, por más problemas que tengamos en el país, siempre debemos comportarnos como ese gran personaje con quien compartí apenas 30 minutos de mi almuerzo, una persona que a pesar de los obstáculos que la vida le ha puesto, ha podido superar con vital resiliencia su impedimento para mejorar su tambaleante andar, logrando dejar atrás la silla de ruedas, para hoy solamente depender de una muleta, que de seguro, la dejará de usar solo si su voluntad, su fe y sus ganas de vivir, son superiores a las adversidades con que se tope en el camino.

"Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad." 

Albert Einstein.

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